lunes, septiembre 24, 2007

Fui hija de supervivientes del holocausto


Supongo que al ver este título a la gran mayoría de vosotros se os vino a la mente Maus, no?
Inevitable cuando se ponen las palabras holocausto y comic en la misma frase.

Aviso para navegantes. Dejando a un lado la temática, este libro ilustrado (al que no llegaría a definir como tebeo) poco tiene que ver con Maus. Sinceramente, tampoco creo que lo intente.

Bernice Eisenstein, la autora, nos relata a través de texto e ilustraciones, las conversaciones que sus padres (ambos supervivientes del holocausto) tenían en yiddish cuando ella era pequeña y nadie pensaba que pudiera comprender.
Pequeños fragmentos de la vida de esta autora que nos ayudan a entender mejor el drama del holocausto.

Lo más sorprendente de este libro, es que pese al tema de fondo, lo que se te queda en la retina es la dulzura de las palabras, de los hechos, acompañadas por los bonitos dibujos de la autora.

Os dejo aquí un pequeño fragmento, para que os hagáis una idea de lo que digo

Tengo catorce años cuando una llamada de larga distancia a las tres de la madrugada despierta a la casa durmiente. Contesto al teléfono. Un hombre pregunta por mi padre desde Australia. "¿Vive aquí Barek... Ben Eisentein?". Le paso el auricular a mi padre, que ahora está de pie a mi lado. Mantienen una breve conversación en yiddish. Algo sobre un par de botas.

Después hay una historia que contarnos. Ese hombre de Australia llevaba por lo menos veinte años intentando localizar a mi padre, desde el final de la guerra, para comunicarle que , gracias a él, había sobrevivido a la marcha fúnebre que salió de Auschwitz justo antes de que el campo fuera liberado en 1945. Habían elegido a aquel hombre para participar en la marcha y estaba claro que no podría sobrevivir si no llevaba las botas adecuadas. Mi padre había robado un par de botas y se las había dado al hombre, que ahora le llamaba para darle las gracias y decirle que estaba vivo, que vivía en Australia y tenía familia. Su conversación fue rápida, y acabó con una despedida en yiddish, zei gezunt, que vaya bien, y con esas palabras el agitado recorrido de la deuda de un hombre hacia otro encontró la senda hasta su fuente.

Aquella noche, por primera vez, yo sentí a mi padre inmerso en su pasado. Pero no contaba con ninguna cronología, no se me había ofrecido una secuencia de los acontecimientos para poder coger el fragmento recién encontrado y situarlo en el lugar que le correspondía.

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