La muerte de Gwen Stacy (y tres).En el correo anterior, comenté que el librero me había dicho lo del éxito del post. Le comenté que la mía es una colaboración con fecha de caducidad -él lo sabe y le consta- y, al llegar a casa con la miel del agradecimiento en los labios, aparte de leer-pero-no-leer el susodicho número, revisé el blog. Me encontré un comentario de alguien que me recomendaba, por si yo no lo había leído, Spiderman Blue.
Yo ya había leído Spiderman Blue.
Fue él quien me llevó a comprar Daredevil Yellow y este a su vez Hulk Grey. Con este último seré sincero: fue eso y dos cosas más. Una el ver a Iron Man con su armadura clásica – mola- y el otro la somanta que le mete Hulk –gustazo-.
De hecho, creo que Spiderman Blue es el único cómic de Loeb que vale realmente la pena. Echando la vista atrás me doy cuenta de que si los compraba era por Tim Sale: tuve que llegar al Hulk Grey para darme cuenta. Pero eso es otra historia y creo que otros ya han “ajustado cuentas” con Loeb.
Loeb utiliza en este cómic una máxima universal en el arte de la narración: lo que cuenta es el final. “No importa lo que cuentes en el medio, chico. Dales un buen final y serán tuyos” le viene a decir (más o menos, la cita es orientativa) el personaje de Albert Finney a Nicholas Cage en “El ladrón de orquídeas”. Y la verdad es que la idea funciona: los ejemplos de cómics, libros o películas malogradas por un mal final son incontables. A vuestro criterio dejo la elaboración de una lista.
Lo que realmente hace especial a Spiderman Blue no es tan solo el halo de nostalgia que desprende sino sobre todo lo bien que cierra Loeb la historia.
Al principio, la voz de Peter nos introduce en una especie de flash back, dosificando la voz en off hasta hacerla desaparecer hacia la mitad del álbum. En ese momento, estamos sumergidos en una especie de Greatest Hits, con algunos de los mejores momentos del Spiderman de la etapa Romita. A mi esta parte no me gusta excesivamente –salvo para correr a releerme las viejas historias de Spiderman- Hacia el final se recupera la voz en off, que revela todo su significado tras un volteo de página (qué importante es a veces en un cómic que tal escena esté en la página derecha o la izquierda: es el pasar la página y encontrarse con lo inesperado). La historia se interrumpe y volvemos al presente: Peter está en el ático de su casa, con un aspecto desaliñado que indica que lleva mucho tiempo allí, intentando encontrar el modo de despedirse de Gwen.
Esa afortunada escena final de Mary Jane (“Dile a Gwen que yo también la echo de menos”), dejándolo a continuación solo para respetar su intimidad, redondea aún más un momento mágico. Estamos descubriendo una faceta real de Peter, mucho más atrayente y cercana de lo que hemos visto en los últimos años. Y, de propina, nos transmite esa sensación de perdida y de tiempos pasados que solo los que han compartido las penurias de Parker pueden entender. Es un buen cómic, pero no es un cómic de superhéroes: es un cómic para nosotros, los amantes de los superhéroes. Joder, ya lo creo que el final cuenta.
Las tomas extra también son interesantes. En ellas, además de comprobar la suerte que ha tenido Loeb trabajando con Sale (recomendable para aquellos que piensen que Loeb es un cretino: sus “perlas” no tienen desperdicio) podemos ver el esfuerzo de adaptación de Sale al estilo Romita (a vuestro juicio si acierta o no) y sobre todo una reflexión sobre el proceso de creación de las maravillosas portadas.
“La muerte de Gwen Stacy” nos ofreció un increíble dos por uno: la muerte de Gwen y la del Duende en un único número. En aquel momento, la franquicia estaba en plena expansión. Las decisiones se tomaban con cierta libertad y siempre se pensaba que podría surgir un nuevo personaje que sustituyera al anterior. Pero siempre nos (me) dejó una cierta sensación de vacío en el interior. Spiderman Blue cierra la herida. Y, por una vez, lo hace estupendamente.