martes, marzo 01, 2011

Charlando con: M: Cuimhne


En estos días de invierno y crisis, de vez en cuando, uno repasa con el dedo los lomos de los álbumes de la estanterías a la búsqueda de algo que llevarse a la boca (lo que tiene de bueno la relectura de tebeos es que uno los puede revisitar pasado algún tiempo y la operación te lleva como máximo un par de horas).

Y así, el otro día, mi dedo se paró en Cuimhne, de Kike Benlloch y José Domingo. Y recordé como llegó a mis manos.

Cuimhne es uno de esos álbumes que genera lo que yo llamo “reacción atracción-rechazo”. Uno se siente inmediatamente atraído por la cuidada edición y por el magnético dibujo de la portada, pleno en colorido. Y una vez hojeado, lo devuelve al estante tras contemplar páginas llenas de dibujo (aparentemente) abigarrado y poco atractivo.

No obstante, fruto de una triple pulsación (una recomendación, la oportunidad de leer algo de autores “de aquí” y el hecho de tratarse de una ambientación mágico-aventurera más adulta) me convencí de llevarlo a casa.

El álbum está constituido por dos relatos -“Na Muileann” y “La herida que no sangra”- que se suceden cronológicamente en el tiempo con (¿10?) años de diferencia entre ellos, de tal modo que el segundo recoge hechos narrados en el primero (más bien las consecuencias de los mismos), reincorpora personajes ya presentados y a su vez introduce nuevos personajes que (tal vez) tengan continuación en historias futuras.

Cierto es que hay las inevitables fuentes comunes. Estos druidas recuerdan a los Jedi (o a los samurái, o los Jedi a los samurái, me pierdo con tanto plagio). También veremos las habituales referencias a “la vieja religión” en consonancia con las culturas anímicas, la imaginería de Tolkien de enanos y gigantes, “Bone” e incluso habrá quien buscará referencias con “Los reyes elfos “de Víctor Santos. A mí particularmente en su primer arco argumental me recordó a “El guerrero nº 13” de John McTiernan, pero sustituyendo la iconografía nórdica por una más próxima. Pero bueno, el que sea original que tire la primera piedra.

No es menos cierto que en Cuimhne todos estos elementos no se hilvanan de forma redonda en la trama y las situaciones parecen desaprovechados. También lo es que se pueda pensar que el modo de contar es confuso y poco atractivo y que el argumento es una sopa de lugares comunes.

Pero quien piense así, araña la superficie. En Cuimhne no es tan importante lo que se cuenta como lo que solo se esboza, donde algunos hilos quedan sueltos – a propósito o no, no importa- para que uno pueda fantasear con ellos. Y, sobre todo, se consigue una ambientación llena de suficientes momentos e ideas para sumergirte en ese mundo. No es original, pero el conjunto conseguido (lleno de lugares comunes y a la vez atrayentes), el rápido ritmo de los acontecimientos contados y las pinceladas de ambientación de sus autores hacen que resulte atractivo. Y ahí creo que está el quid. Esta serie B del cómic se me antoja más disfrutable como entretenimiento que otras historias de fantasía, técnicamente perfectas, pero que transcurren en el mundo del aburrimiento.

El merito es de Kike Benlloch pero también de José Domingo. Es un autor novel y eso se nota en muchas viñetas, imperfectas en su resultado, y en la narración, fea o sin la debida continuidad en algunos momentos (de hecho fue justo lo que pensé tras leerlo: “juzgado y sentenciado”). Pero también tiene sus logros, como la página de inicio de “Na Muileann”, bien construida, el hermoso final de la primera historia o la ambientación que desprenden lugares como el bosque o los acantilados, que hablan de talento y esfuerzo. Y, probablemente, esta historia no hubiera mejorado con un dibujo más “realista” o “naturalista”.

Muchas obras merecen una segunda lectura. Algunas ganan con ella. Cuimhne es de estas últimas.

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