El otro día sufrí un episodio “revival” y recordé mi paso por las distintas tiendas de cómics gallegas. De hecho, una de las cosas que más me gusta del salón (llamémosle así) de Coruña es ver a gente a la que no veo en un año, charlar un poco y comprarles algo (que me perdoné F., pero a ti te compró mi hermano).
Como si de casualidad se tratase, el domingo venía en El País una pseudo-entrevista con mujeres responsables de editoriales en la que, entre otras cosas, se hablaba de los peligros de Amazon y el formato digital. Una de ellas, así como de pasada, se acordaba de la figura del librero tradicional “al que habría que cuidar”.
Lo que extraje de esta entrevista es que a ellos, como editoriales, el pequeño librero les trae al pairo.
De la opinión institucional no diré nada, que bastante combatismo ya hay en este blog. Pero si diré algo del librero (de nuestro librero, que también hay la librería- quiosco y el librero tradicional, que merecen capítulos aparte)
Un librero es un tipo que sus tardes de sábado consisten en aguantarnos, que su verano es acudir a ferias y salones y que en sus tiempos muertos en la tienda (más de los que desearía) prepara pedidos y devoluciones. Que se preocupa en llegar a fin de mes con un negocio de clientela reducida y basado en un hobbie (y por tanto, prescindible si la crisis aprieta) y presionado cada vez más por las cadenas comerciales y las nuevas tecnologías.
Un librero es un tipo que siempre encuentra tiempo para ti, que escucha con una sonrisa la fatídica pregunta (“recomiéndame algo”), que se lleva tu bronca cuando no acierta (y su fama y su presión se incrementa cuando acierta), que lee todo (incluso aquello que le puede parecer insufrible) para poder darte una opinión “fundada” sobre el tema.
Un librero sabe donde está cada cosa y sabe si la tiene en tienda sin consultar el ordenador (aunque el sábado fallamos, Polina) y nunca te preguntará cosas como “¿Corben con K? o “¿Me lo puedes deletrear?”
Un librero es ese tipo que te recoge ese cómic con una esquina doblada o algún defecto más o menos perceptible en el ejemplar porque “el material es sagrado” y el cliente es “un amigo”.
Un librero es ese tipo que nunca te deja sin ese cómic que tu quieres (si de él depende), almacenando pufos de clientes / amigos basándose en el universal principio de la confianza (lo mismo que hacen las editoriales con ellos, vaya) y que compra maravillosas ediciones (frikadas, según ellos) de álbumes gráficos de importación a 100 € de media por si alguien las quiere (aparte de ellos, claro).
Un librero es el tipo que –contra su propio bolsillo- te dice que no te gastes dinero en un cómic porque “no vale la pena”.
¿Héroes?
Tal vez estén más cerca de lo que pensamos.
¿Y un cliente?
Un cliente es capaz de quitarse de vicios (mayormente porque este no le deja para otros), organizar excursiones a Fresnadillo (población: 101 hab.) “porque alguien le dijo a alguien que allí hay una tienda d.p.m.”, de pagar precios demenciales en Internet (“porque la edición del 93 es mucho mejor que esta”), de convertir una visita familiar a Madrid en una visita a “Elektra” (reconocimiento a nuestr@s mártires), y de hacer colas delante de las tiendas / convenciones para que le hagan un dibujito (sin pagar, claro, ellos están allí “por amor”, no por un negocio).
Un cliente paga 40 euros por un tomo (o 20 por un tomito) a sabiendas de que le están timando pero, que caray, es Mignola.
Un cliente compra una y otra vez la “edición definitiva” con la esperanza de que, esta vez sí, sea la definitiva (y tal vez traiga cuatro páginas más con un final alternativo).
Un cliente soporta formatos jibarizados, diferentes encuadernaciones en una misma colección (ahora tapa blanda, ahora cartoné), escalonamiento en los tomos, formatos Absolute que no vienen a cuento (bueno, vienen al cuento de la recaudación) y reimpresiones con malas elecciones de color o remontadas, la mayor parte de las veces por caprichos editoriales o mala elección de material original (o ambas cosas).
Un cliente soporta muertes y resurrecciones de “sus” personajes con sus consiguientes cabreos (puede que lo haya creado Stan o Bob, pero para ellos como si fuese de la familia), así como cambios de guionistas y dibujantes en sus colecciones (¡otra vez Loeb no, por favor!).
Un cliente tiene deudas astronómicas con su librero… y se sigue endeudando.
¿Superhéroes?
Vete un sábado por la tarde a la mansión de los bdeadores.
Verás unos cuantos.
Hasta puede que te firmen un autógrafo.
M
2 comentarios:
(¡otra vez Loeb no, por favor!)
Otra vez Loeb si, se supone que se habia retirado de los comics y ha vuelto.
Cabrones!!
Bueno, respecto a eso hay una teoría que dice que el relanzamiento DC no son 52 sino 52+1 y la línea 53 sería un grupo de antiguos colaboradores que habrían desembarcado en “La Casa” para hacer el trabajo sucio de reducir la diferencia de ventas mediante labores de sabotaje y guerra sucia (produciendo m., vamos). Se harían llamar… La Liga de la Justicia Secreta.
El curre ideal para Jeph. Solo tiene que ser el mismo.
PD: Gracias por estar ahí, Zeke.
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